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Apenas necesita su bicicleta y la ropa para cambiarse. Posesiones que no son más que aperos de trabajo para traer del muelle al centro el pescado que casi se vende solo. Ni pregona ni ofrece. Solo el gesto adusto, y la media sonrisa, siempre presta a ceder un rato a su gran pasión, el fútbol. Alguna vez habrán visto a su bici esperarle paciente en una esquina, junto a una timba de chiquillos. O su mirada de aguamarina, detenida en algún lugar de su memoria, mientras se deja caer tranquilo sobre la barra de un bar. Porque él, que pudo ser figura, prefirió viajar ligero de equipaje, como los grandes señores.

Además de vender pescado, como todo el año, en verano también trabajas en la Peña Bética. ¿Cuántos años lleva?
Doce años, parece mentira. Porque juré que no trabajaría en un bar más nunca. Yo soy de pocos amarres, y me gusta trabajar solo por lo mismo. Para que no me manden, ni yo mandar a nadie.

¿Y desde cuándo vendes pescado?
Desde el año 93. Vine de trabajar de la Feria de Sevilla y le dije a mi madre que me iba a meter en eso. Había que dar 50.000 pesetas de fianza. Ella me dijo: “gordito, tu para eso no sirves”. Y la verdad es que no tenía ni idea. Estaba ajeno a todo. No sabía comprar, no sabía vender… Compraba 1.000 pesetas y me faltaban 2.000. Hasta que un día me di cuenta de que era mejor comprar cuatro cosas buenas que mucha cantidad. La gente sabe apreciarlo.

¿Y también lo aprecia a usted?
Quitando a tres o cuatro… como en todos lados. Pero la mayoría de la gente sí me quiere. Sobre todo los chiquillos, que hoy son ya hombres, y que me siguen recordando como ‘el cerebro’, ‘el figura’… y mucha gente de fuera también.

¿En verano hay más ventas?
No te creas. Hay más gente pero también hay más puestos en la plaza y más gente vendiendo. Cada uno va por su lado, no nos hacemos la competencia.

¿También se queja de la abundancia de sevillanos?
No, para nada. Y a mi me da igual que la gente llame Sierpes a la calle Isaac Peral. Con decirle que se vaya a Sevilla no gano nada. Les digo dónde está y punto.

¿Qué pasó con el fútbol?
El once de enero del 86 me lesioné jugando en El Pinar. Me operó en Cádiz un tal Jirón. A punto estuve de perder la pierna, porque casi se me cangrenó. Quedé muy mal. Entonces fui a Sevilla, a que me operara Antonio Leal Graciani. En el 88 volví a jugar al futbito, pero tuve que dejarlo con el dolor más grande. Ahora cuando veo a los chiquillos jugar me paro. También hago ‘footing’ a diario, porque me gusta.

¿Siempre jugó en el Chipiona?
Vinieron muchos equipos por mí y no me quise ir. Yo no buscaba dinero ni fama. Yo jugaba por defender a mi pueblo.

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¿Qué equipos?
El Sanluqueño, la Roteña, el Cádiz, el Motril… hasta uno de Bélgica. A la hora de la verdad les dije que no. El Jerez Deportivo me estuvo siguiendo y me reprocharon que tenía barba y trasnochaba mucho. Era una época en que el entrenador del Chipiona quería que jugara, pero los directivos no. Así que lo dejé y empecé a beber. Con 21 años pesaba 120 kilos. Me llevé tres años sin jugar, bebiendo vino a granel en el Castillo. Hasta que un día vino a jugar un equipo de Sevilla, el Don Bosco. Fue Manuel Monge quien me obligó a volver al fútbol. En el minuto seis o siete del segundo tiempo me pusieron de defensa. Yo no podía correr pero mandaba los balones largos. Ganamos seis a cero.

¿Se podía jugar bien con la barba y el pelo tan largos?
Sí, claro. Me gustaba. Y me peleaba con mi padre, que quería que me pelara y me afeitara. Un día lo hice porque quise y coincidió que el Córdoba vino a por mí. Cuando me reuní con ellos me dijeron: sabemos que tu vas con barba y pelo largo y que te has afeitado para dar buena impresión. Desde ese día me pasé trece años sin afeitarme.

¿Y su padre?
A mi padre no le gustaba que yo jugara al fútbol. Un día lo convencieron unos amigos para que viniera a verme y en el terreno de juego me dieron una patada. Todos los que estaba alrededor le dijeron: ‘Anselmo, mira lo que le han hecho a tu hijo’. Como era un nombre raro, y yo que estaba cerca, lo oí. Y entonces escuché decir a mi padre la mayor verdad del mundo: “la patada, para cuando él la de”. Y cuando volví a mirar ya se había ido.

¿Cuánto ganaba en el Chipiona?
Quinientas o mil pesetas por partido… Cuando en el 79 vino a por mí el Sanluqueño, me ofrecieron una ficha de 50.000 pesetas, que entonces era un buen dinero. Más otras 50.000 por jugar quince partidos. Y si conseguíamos ascender, otras 50.000. Además nos pagaban 4.000 pesetas por cada partido ganado fuera y 2.000 por empatar fuera y ganar en casa.

¿Y no se fue?
En el Chipiona C.F. estaba Manolo Vera, que tenía una tienda de juguetes, de presidente y me dijo: ‘Chuti, no te vayas’. Me prometió 25.000 pesetas de su bolsillo, mucho menos que el Sanluqueño. El día que vinieron a firmar yo les dije que no y me dijeron de todo… con toda la razón del mundo. Al final me dio 3.000 pesetas el día de Reyes. Yo me llevé dos o tres semanas sin jugar. Y el Chipiona pegó un bajón. Después volví.

¿Y qué piensa cuando ve a los futbolistas cambiarse de uno a otro equipo? ¿Y los sueldos que ganan ahora?
Bueno, entiendo que eso es así. Son trabajadores y para ellos una empresa es lo mismo que otra. Pero creo que los sueldos se han ido de las manos. No me parece bien que cobren esas cantidades de dinero.

¿Y cuáles son las figuras ahora?
Messi, Iniesta, Xabi… Cristiano no tanto… es un futbolista de velocidad, pero no me gusta su carácter prepotente. Hay que tener otro carácter. Pero que conste que yo no soy del Barça. Soy bético hasta la médula.

¿Y nunca le han ofrecido entrenar?
Sí, he estado con niños pequeños… pero no me gusta. Los padres quieren que jueguen sus hijos, y todos no pueden. Además, cada uno es distinto tiene sus cualidades…

Fotografía: Lola Rodríguez, verano de 2011.

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