A mí el verano me ha venido vestido de otra cosa, meciéndome las cortinas con un viento frío. A muchos otros también, especialmente a los futboleros que fantaseaban con cuatro semanas de glorioso mundial para España y al final se quedaron con cuatro días y pico y un saco de horas de sobra que tuvieron que colmar con reflexiones sobre la vida o con el gusto desabrido de un Irán-Nigeria. Quizás sean estas señales del cielo, o mejor del infierno, que es a quien más le pega mandarnos los calores estivales, y no sea hora entonces de hablar de lo que hace verano al verano, ya saben: el calor, la modorra, los paseos. Iba a incluir las reposiciones pero eso la TDT lo ha democratizado a todo el año.
Quizás sea hora de hablar de los veranos inusitados, los días fríos y las nubes tercas que no dejan de asomarse al balcón del aire con su mirar como de pájaros de mal agüero. El verano, seamos sinceros, al final es más verano cuando aún no ha empezado, cuando el deseo de verano que albergamos permanece limpio y puro como una esfera de luz. Nadie suma a la cadencia armónica de sus sueños la cacofonía de los niños que gritan en la piscina comunitaria, ni las babas de espuma y cigarros que de cuando en cuando sueltan las olas como si fueran facturas del gas. Pero al final siempre ocurre, y no por ello bajamos de su altar al verano. El verano vive siempre a la sombra del trabajo y de los niños y el Gobierno, es lo otro de todo lo malo y de la rutina, aunque en sí el verano para muchos sea otra rutina, el eterno viajecito a la playa y vuelta a casa en dos semanas, si es que hay playa, si es que hay vacaciones.
Decía que es justo acordarnos de los veranos raros porque ni usted ni yo sabemos qué le trae, qué le está trayendo ya el verano que nos ocupa. Qué sé yo, a usted podría pasarle lo que a Marcello Rubini en La dolce vita, y se encuentra a una cuadrilla de pescadores sacando del agua un repulsivo monstruo marino, o a lo mejor cuando se aleje de la orilla para evacuar viene una ballena y lo engulle de un trago. No me mire así, recuerde que el verano es puro deseo, que no existe sino en el recuerdo o en la imaginación; que siempre estaremos hablando del que vendrá y se irá sin haber venido del todo, del que ya viene con su comitiva: sus nubes gordas, sus vientos fríos, sus monstruos.
Texto: Rafa Castaño
Ilustración: Patricio Lázaro