Lleva la friolera de dieciséis años entre bambalinas, trabajando donde otros se divierten y controlando cada detalle de una organización en la que si algo falla, casi todos le señalarán con el dedo. Pero si todo sale bien, pocos se acordarán de agradecérselo. Pese a esa presión, Nicolás Cabo -`Nico´ el de Fiestas- tira de experiencia e intenta no perder la espontaneidad y ese humor ácido tan sui generis que lo caracterizan.
¿Es divertido organizar fiestas?
Hay un dicho que es que el ginecólogo trabaja donde otros se divierten. Pues eso hago yo.
¿Ha habido muchos recortes en la concejalía?
Muchísimos, una barbaridad. El 99%. No se gasta nada, salvo en las bandas de música, los fuegos artificiales y la iluminación. Pedimos todas las colaboraciones que podemos.
Ha trabajado con cuatro concejales muy distintos: Vicente Zarazaga, Pepe Moreno, Patricia Zarazaga y ahora Davinia Valdés. ¿Qué virtud destacaría de cada uno?
De Vicente, que fue un innovador. Cambió muchas cosas que ahora se mantienen. De Pepe la confianza que me dio siempre para trabajar. De Patricia, que era positiva al máximo. Y de Davinia, que es una trabajadora incansable.
En la celebración de actos habrá vivido momentos de mucha tensión, ¿en cuál lo ha pasado peor?
Sobre todo me acuerdo de un año en que los encargados de los fuegos artificiales de Regla, que venían de Valencia, se retrasaron hasta el punto de llegar a lo justo para instalarlo todo. Cuando tenían que estar en Jerez aún venían de camino y me llegaron a decir que tirásemos los fuegos al día siguiente. Pero yo les dije que eso era imposible, así que le metieron caña al coche. Eran cuatro personas, pero nos juntamos quince para ayudar. Al final los fuegos se lanzaron a las 12.15. Otro año también lo pasé fatal cuando metí el camión por la avenida de Regla pensando que cabía. Hubo que parar el tráfico y algunos conductores me respetaron, pero otros no.
Usted vive el Carnaval desde tres puntos de vista: como organizador, como espectador y como chirigotero. ¿Con qué papel se queda?
Con el de chirigotero. Disfruto mucho con nuestra chirigota.
¿Y qué tipos le han gustado más?
Me gustó mucho cuando salimos de ‘drag queens’ y el tipo de ‘Pá mí la legión’. ¿Te has fijado en que los dos son de gays…?
¿Ha habido mucha autocensura en las letras?
Sí, algunas veces. Sobre todo cuando se puede herir la sensibilidad. Nos hemos tenido que guardar cosas muy graciosas, sobre todo cuando eran sobre alguien cercano a algún miembro de la chirigota.
¿Qué recuerdos guarda del ‘pisito’?
Lo recuerdo con mucho cariño. Son etapas distintas. Tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Para el Carnaval estaba muy bien porque lo tenía todo a mano cuando se celebraban los actos. Tenía la oficina en el mismo sitio. Pero el que vendía los cupones nos pillaba a todos allí. Y todo el que estaba aburrido entraba en la Casa de la Cultura y subía.
¿Y qué es ‘potoclón’?
Potoclón es ponerla encima de la mesa.
¿Brenda o Roberto?
Los dos… depende del día y del momento.
¿No se va a enfadar su amigo Nono?
Las personas conectan por el sentido del humor. Y el Nono y yo somos iguales. Es mi mejor amigo.
Hasta montaron un negocio juntos…
Se llamaba ‘Burguer Nico’. El nombre se lo puso él. Fue la primera hamburguesería que hubo en Chipiona. Pero el que trabajaba era yo. El Nono era muy jarón.
¿Invierno o verano?
En invierno hay más trabajo, pero me gusta más que el verano. Lo ideal es septiembre, que me voy de vacaciones.
Pregunta obligada. ¿Cómo recuerda a Rocío Jurado?
Fuimos a verla a su casa, La Yerbabuena, cuando le propusimos ser pregonera del Carnaval. Estuvimos comiendo con ella y con Ortega Cano. Era muy pueblerina, hablaba con las zetas y las eses. Algo que cambiaba por completo en las entrevistas, como las del Loco de la Colina. Era una grandísima artista, por supuesto.
Hablando de pregones, ¿se ve alguna vez como pregonero del Carnaval?
Claro que sí, pero sería un pecado nombrarme pregonero. Ya fui pregonero de la Peña Peñita, ¡el mejor pregón que se ha dado!… Estuvo simpático. Yo el del Carnaval lo daría en un helicóptero desde arriba de la Casa de la Cultura, y al final me iría colgando de unos arneses y diciendo: “sois todosss una mancha de cabronessss…!”.