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La agricultura ecológica busca su sitio en el sector chipionero, que se resiste a acoger esta nueva técnica pese a contar con todo a su favor: la tierra, el clima y el modo de acceder a los conocimientos. La comercialización es el principal escollo pero algún osado, como David Florido, decidió probar suerte y ya cuenta con una buena red de clientes. Una oportunidad al alcance de la mano.

El tomatito cherry cede dócil a la presión de los dientes y desencadena una cascada de sabor que parece de otro mundo. Como un milagro. El pequeño fruto, que estaba en la mata hace tres segundos, revoluciona ahora el paladar en una fiesta de placer que deja tras de sí un rastro de aroma en las yemas de los dedos, en los labios, en el ambiente del invernadero. “Aquí cultivamos hasta ocho variedades distintas de tomates. Fuera en la huerta hay patatas, zanahorias, puerros, coles, lechugas, rábanos…”. David Florido es casi el único productor de agricultura ecológica en Chipiona. Se recicló desde la flor cortada a los cultivos hortofrutícolas, algo que cambió cuando su novia, que es alemana, le preguntó si estaba loco cuando iba a fumigar unas lechugas. Ahora trabaja su tierra con las técnicas propias de esta práctica –regulada por el Consejo de Agricultura Ecológica-, vende a tiendas especializadas de toda Andalucía y de Madrid y también a algunos clientes particulares que le hacen pedidos. El contacto es teléfonico y a través de su página web de Internet: www.velablanca.es. No utiliza ningún tipo de producto químico, sólo los de componentes naturales autorizados por el CAE. Porque para dedicarse a la agricultura ecológica es preciso un certificado que acredite el cumplimiento de las normas. “Ahora quiero probar con la venta al extranjero: Francia y Alemania”. Sólo Italia supera a España en la producción a nivel europeo. Andalucía lidera el sector nacional. Almería es la provincia con mayor progresión y en Cádiz, la sierra acoge ya varias experiencias de cooperativas con éxito. Sin embargo, en la Costa Noroeste, pese a contar con unas envidiables condiciones climatológicas para la agricultura, no termina de calar. Todo va más lento. ¿Por qué? “Hay mucho miedo, muchos tabúes… Hay personas que llevan toda la vida produciendo de una forma y no quieren cambiar. Y después está el sambenito de que los productos son caros. Y no es así”.

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María Jesús Camps es ingeniero técnico agrícola del Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica de la provincia de Cádiz, que tiene su sede en Chipiona. En el IFAPA, ubicado en Montijo, se imparten cursos de formación para agricultores que se dedican a este sector. Se trata de un requisito para acceder a las ayudas públicas, pero desde el 2002 el centro organiza foros más informales en función de los requerimientos de los propios agricultores. David Florido se ha ‘aprovechado’ de la presencia de expertos en Chipiona y ahora vive de los cultivos ecológicos pese a que las redes de comercialización son escasas y deficientes. “Yo estoy convencida de que el principal problema es este. Ahora mismo hay más demanda que oferta. Y esa oferta la exponen en las zonas ‘gourmets’ de los hipermercados y a precios que en tiempos de crisis pueden echar para atrás. Pero realmente no tiene por qué haber tanta diferencia. Quizás entre un 5 y un 15% más que los productos convencionales”. Como ejemplo ilustrativo, el efecto que producen los abonos químicos nitrogenados: inflan de agua las verduras y reducen al extremo su materia seca. “Al final, el consumidor está comprando agua y el alimento no contiene todas las vitaminas, proteínas y minerales como otro producido de forma natural, con todas sus propiedades organolépticas”.
En este sentido, pese al aumento progresivo de la concienciación y la preocupación sobre qué contienen esos tomates perfectos que se ponen en la olla y en la mesa, David sabe bien que no todo el mundo está dispuesto a pagar un poco más. “Hay personas que no tienen tan en cuenta la calidad de la alimentación. El juego de las apariencias es muy potente y para algunos vale más lucir otras cosas y no gastar más de lo necesario en frutas y verduras”.

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Una técnica sostenible

Sin dejar a un lado la agricultura tradicional, de la que toma algunas pinceladas basadas en la experiencia de la sabiduría popular, la ecológica se sostiene sobre sus propias técnicas, que parten de un cuidado exhaustivo del suelo. Éste se mima y se trabaja con productos naturales como abonos orgánicos, estiércol, compost, etc; y por supuesto la rotación de cultivos, algo que repercute directamente en la calidad final de los productos y es respetuoso con el medio ambiente. Ahora bien, la ecoagricultura huye de los monocultivos propios del sistema convencional y requiere de la coexistencia de distintas especies, tanto en la siembra como en el seto. Esta variedad supone a su vez la presencia de diferentes tipos de insectos que se atacan e interactúan entre sí y que anulan el perjuicio que le puedan causar a las plantas. En este sentido, este ciclo vital que se genera en la huerta impide la aparición de plagas y enfermedades derivadas de la acción de los insectos, al mismo tiempo que eliminan la necesidad de emplear insecticidas. Es más fácil que este equilibrio natural sea perjudicado por las malas hierbas, cuya aparición es el problema más difícil de controlar para los agricultores. David se agacha junto a los brócolis y arranca varias… “Se aprende poco a poco. Esto es más una forma de vida que una profesión”.

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Fotografía: Lola Rodríguez

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