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No estoy hablando de molinos. Ni de negocios eólicos. Todo lo contrario. Estoy hablando de esas personas que mueven aspas, que generan electricidad porque tienen chispa y porque tienen fuerza, empuje y luminosidad personal. También lucidez mental y clarividencia. Pero por lo pronto, me refería a que irradian buenas sensaciones.

No es su misión irradiarla. No son mejores ni peores por irradiar buenas sensaciones. Pero el hecho, es que, por añadidura y como regla general, así lo hacen. Va con ellos. Son personas dotadas de talento. No hace falta ponerle nombres y apellidos. Si hablo de talento y de cultura, estando en Chipiona, no hace falta que les haga una relación de todos ellos, porque el ramillete no es demasiado extenso. Quizá más extenso del que nos hacen ver. Puede que sí. O quizá nos hacen ver un ramillete de talentos que no lo es tanto mientras el verdadero talento queda -como en aquella parábola bíblica- oculto bajo la dura y seca tierra.

No somos una tierra infértil en lo cultural. Puede que muy al contrario. Estamos ante una generación importante de nuevos talentos que se verán una vez más abocados al exilio, condenados al ostracismo o a vivir del aire. Esa es la eterna condena del talento en esta ciudad. Más allá de los egos, rencores, envidias, amiguismos, clientelismos y apegos que pueden existir por razones sociales, laborales, económicas, políticas, familiares, conyugales o extraconyugales; el talento en esta ciudad parece condenado a vivir del «¡jó, que bueno lo tuyo!». Y eso, con mucha suerte. Que también están los del «¿y ese es un artista?» y los del «no es pá tanto».

No hay nada peor que el talento desaprovechado. Y aquí el talento, a fuerza de ninguneo y de no ver frutos a su trabajo, acaba desaprovechado, tirado por la borda, buscando nuevos horizontes -lo cual es loable en lo personal, pero una notable y dolorosa pérdida para la caepiónica villa-. Los golpes en la espalda están muy bien (aunque a veces son peligrosos), los apretones de mano, los «megustas» de esa no tan nueva red social que ahora todo lo magnifica. Todo está muy bien. También las risitas y por supuesto, las felicitaciones sinceras y honrosas. Pero del aire no se vive. Y estamos condenando a profesionales de primera talla a malvivir en la dieta del apoyo moral. A gente con ideas nuevas que nos darían eso que no nos dan los eslóganes de tres al cuarto ni las presentaciones chocarreras. Gente, que algún día, se cansará de vivir del aire.

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