Seleccionar página

boliperiodismorecor

Cuando era mozalbete imaginaba las entrevistas de trabajo como terribles pruebas académicas, estrictamente reglamentadas, donde unos señores de aspecto grave y gestos de convincente seriedad se sentaban delante de uno mirándole del modo en que Superman analizaría una pared de granito. Ya saben, entornando mucho los ojos, así como intentando penetrar en el fondo de nuestra alma atribulada. Se me infundían, en suma, las entrevistas como tenebrosos careos con jueces implacables que pondrían a prueba hasta mis más elementales conocimientos y aptitudes. Por ello creía, en aquellos maravillosos años en los cuales aún suspiraba con alivio al ver lejano el momento en que tendría que afrontar la primera prueba, que el secreto del acero consistía, simplemente, en prepararse uno como si fuera un Orlando furioso cualquiera a punto de embocar la cueva del dragón. Qué iluso. ¿Qué se puede hacer cuando nada más tomar asiento, armado hasta los dientes de consejos, prevenciones y cautelas, el entrevistador enarca las cejas, y en lugar de soltarte a bocajarro un par de afiladas preguntas técnicas, te dice sonriendo “háblame de ti”? Qué desgracia.

Es como salir con trivote y poner a tu delantero estrella de lateral derecho contra el Barcelona, y que al minuto de juego Xavi te de la pelota diciendo tócala tú, que a mí me da la risa. Uno llega a las entrevistas de trabajo preparado para casi todo, pero no para controlar la posesión. La primera vez que me pasó, quedé turbado un instante, cogido a contrapié, como los malos toreros. Sin saber qué responder. Hablar de uno mismo está feo, y a mí, particularmente, me provoca cierto malestar; un nosequé incómodo, sin duda reflejo del innato rechazo a contemplarme en un espejo en presencia de extraños que siempre he tenido, desde niño. Puedo aturullar a los míos durante horas, ametrallándoles con toda clase de tonterías que en un segundo cruzan mi mente siempre propensa a la distracción, pero delante de quien no conozco, ay. Es como si me obligaran a desnudarme, así en frío. Sin ni siquiera un besito previo.

No sé si será una nueva moda esto de hacer que el candidato a un empleo se auto-examine ante la mirada omnisciente del encargado de recursos humanos: la segunda vez yo ya me sentía como un concursante de Gran Hermano, mirando por el rabillo del ojo hacia todas partes, sin saber qué insignificante contracción de la piel en mi parietal izquierdo iba a descartarme ante los ojos del entrevistador como no apto para el puesto. Que esa es otra historia: hoy día, para hacer de becario durante 8 horas al día, cobrando 400 euros al mes, hay que acreditar más conocimientos que para diseñar un cohete espacial en Cabo Cañaveral. Cosas veredes.

El háblame de ti es la herramienta con la que nos arrojan la responsabilidad a nosotros, simples mortales que lo único que queremos es empezar, como esperando a que sea uno mismo el que se ponga en ridículo, aparentando una fortaleza que es pura ficción. Dejad que mis obras hablen por mí, dijo Jesús, y dijo bien: al fin y al cabo, con esta absurda manera de filtrar a la gente que intenta acceder a un puesto de trabajo precario e inestable, lo único que consiguen es juzgar una apariencia. Fachada. No seré yo quien discuta la conveniencia de estos modelos de selección de personal, pero qué quieren que les diga. Uno se siente mucho más cómodo cuando delante tiene un ogro reconocible, con cara y con ojos, al que sabe por dónde tiene que hincarle el diente. Como otras tantas cosas, nos ha tocado sobrevivir entre un mundo que se muere y uno que no acaba de nacer, y ahí seguimos, como Mario Bros saltando de seta gigante en seta gigante, esquivando tortugas diabólicas y procurando no resbalar ante cada precipicio recién abierto ante nuestros pies, viendo cómo sigue alejándose todavía más el siguiente nivel.

Uso de cookies

En Quince usamos cookies para mejorar tu experiencia usuario. política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies