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Animales en cautiverio, rasgadas carpas, vacías gradas, jubilados payasos… Bienvenidos al circo. Pasen y disfruten de un ambiente decadente y desolador.

La realidad del circo familiar va más allá de la imagen bohemia de inmensa carpa blanca y roja, y payasos eternamente felices. La romántica historia del apuesto Robert Pattinson en “Agua para elefantes” está basada en el best seller de Sara Gruen. Para nada narra una historia del mundo real. El romanticismo circense muere cuando decenas de animales son apilados en camionetas con una libertad dosificada en unos metros de paja y mala hierba, a la espera de un espectáculo que lleva detrás una serie de prácticas violentas y agresivas.

Juan Olma, del Circo Berlín, cuenta para Quince que “los animales se tratan mejor que en un refugio de animales. Tienen más documentos que muchas personas”, relata algo alterado. No tuve la suerte de ver esos documentos, solo vi animales encerrados en escasos metros cuadrados o atados con un margen de movimiento cero. Un elefante no danza al son de la música sobre una de sus patas porque sí, ni un león salta a través de un aro de fuego porque se sienta mejor. Ellos no lo hacen porque quieren, saben que si no realizan el movimiento, baile o salto lo azotarán con mangos eléctricos, látigos o ganchos metálicos. Esta es la realidad.

Estos animales están sometidos a una vida de dominación y confinamiento. Esta situación de privación de movimiento los altera psicológicamente, produciéndoles situaciones de máximo estrés y desarrollando comportamientos anormales y obsesivos, como dar vueltas en círculo o balancearse de un lado a otro. Algo insignificante para el espectador que se acerca a la jaula a observar al animal y que lo ve como “parte del espectáculo”, sin saber que realmente son víctimas de un abuso y explotación desmesurados.

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¿Y dónde quedan los derechos de los animales? Como bien recoge la Declaración Universal de los Derechos del Animal de 1978, las exhibiciones de animales y los espectáculos que se sirvan de animales son incompatibles con la dignidad del animal”. Tristemente en este caso, la dignidad del animal no mantiene en pie las carpas de un circo pobre y deprimente que cobra quince euros por sentarse en unas gradas sucias de valor y decencia.

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La vida desde mi caravana                                                                         Juan Olma, de origen almeriense, y su mujer Patricia Bügler, alemana asentada en España, llevan toda una vida acumulada y amontonada en una caravana de no más de quince metros cuadrados, viajando de un lugar a otro recorriendo todo el territorio español. Nómada de profesión, Juan nos recibe con una amplia sonrisa y nos narra el día a día en el circo Berlín. “La vida en el circo tiene dos partes, la bonita y la dura. La bonita, la que ve y vive la gente y la dura la que sufrimos nosotros”. Lleva más de 55 años bajo una carpa, varios circos a su espalda y muchas horas de duro trabajo que hacen mella en su rostro. Con brillo en los ojos, nos cuenta que su realidad nada tiene que ver con esa imagen de circo majestuoso y esplendoroso que ronda por nuestra cabeza. “Si la vida ya es dura de por sí, para el que trabaja en un circo es mucho más. Esta es nuestra cruda realidad”.

A través de las diferentes instalaciones del circo, Juan cuenta que no reciben ayuda alguna de ninguna clase. “A veces no tenemos ni luz ni agua. Nos dan un trozo de tierra cualquiera y tienes que adaptarte a lo que te den. Otras muchas ni siquiera nos dejan montar el circo”.

La educación de los niños este año tendrá que esperar. El Ministerio de Educación establece un profesor para un mínimo de seis alumnos. En el circo Berlín actualmente son solo cuatro menores, por lo que tendrán que conformarse con la educación que les proporcione algunos libros y con acceso a Internet. “No es justo que los niños no tengan profesor. ¿Acaso no tienen derecho a una educación por ser hijos de cirquero?”.

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Y comienza la función
Se acerca la hora del espectáculo y comienzan a verse los artistas que participarán en el show circense. Domadores, payasos, equilibristas… Patricia está preparada. A través del maquillaje y de los múltiples abalorios que viste, se puede observar una mujer cansada y consumida. “El circo es mi trabajo y mi vida”. Comenta sin dejar de sonreír. Un payaso que luce traje colorido y un maquillaje que cubre las arrugas de una vida entera, se acerca a los primeros niños, entre gestos y risas. Ya en el interior del circo, el rostro de una señora seria y reservada, que será la que más tarde aparecerá cargada de globos de Bob Esponja, los recibe para llevarlos hasta las gradas. Esmeralda, con pelo rubio y extensiones desorbitadas, es la chica que vende palomitas y algodón dulce. Además supervisa y controla el paso a la carpa, para más tarde convertirse en estrella del espectáculo. “Aquí todos hacemos de todo”, explica Juan entre risas. “Esta es nuestro vida, así es el Circo Berlín”. Y comienza la función.

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Fotografía: Curro Rodríguez

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